El día 19 de febrero hará seis años que Pilar de los Rios nos dejó. Su Comunidad de París, que la acompañó en sus primeros pasos, al llegar a la Residencia, recogía los frutos de una vida plena. Han pasado seis años y todavía hoy vivo en el asombro por lo que Dios puede hacer en una persona si se deja tocar por el Misterio de Jesucristo.
Dios le seguía de cerca, aunque ella todavía no lo sabía. El día que llegó hasta nuestra Casa buscando alojamiento porque le habían ofrecido trabajo en París, la Residencia estaba llena, pero Hna. Maria Teresa González, que estaba en recepción, le pidió un número de teléfono, “por si quedaba una plaza libre”, y a los pocos días, Pilar llegaba a Saint Didier. En aquel momento se había alejado de su camino de fe, pero tuvo la suerte de encontrar Hermanas, que, respetándole mucho, le ofrecieron experiencias de bien: un voluntariado para dar clases de francés a emigrantes…una Biblia como regalo de su santo, donde habían escrito “al Señor pertenecen los pilares de la tierra”, y ella, que tenía una capacidad de apertura, de encuentro, de relación con multitud de amistades, empezó a descubrir la riqueza de un AMOR que la cuidaba y protegía, exigiéndole, al mismo tiempo, una entrega total. La Confirmación, que recibió en Chartres, el año 2000, el servicio del Voluntariado, en Roma, en Cuba, en Cerdeña, la experiencia de Ejercicios se fue concretando en una llamada a darlo todo. Jesucristo, el Hijo, Siervo de todos, la fascinó.
El 4 de octubre de 2002 entró en el pre-noviciado, que realizó en Segovia, y después de dos años de noviciado en Buitrago, volvió a París, para estudiar teología en el Centro Sevres, de los Jesuitas . Así eran sus proyectos y los nuestros, pero dos años después, aquella muchacha, que rebosaba vida, se encontró con una llamada que nos desconcertó a todos. Juntos fuimos descubriendo que la enfermedad era una mediación para crecer, un camino en forma de cruz…qué difícil para ella asumir su dolor, pero sobre todo hacer sufrir a los suyos…Callaba y miraba la Cruz… Y, a través de esa experiencia, el Espíritu Santo empezó a trabajar su vida “a marchas forzadas”, porque, como ella nos repetía, “vivir no es durar muchos años, sino llenar de Vida cada minuto”, y se dejó forjar, y descubrió que su vocación era, más que nunca, entregar “su vida por la última de todas”, por las jóvenes en riesgo, como le había pedido M. Maria Dolores, en una carta que ella recibió como una verdadera misión.
Así, rodeada de Hermanas, familiares, jóvenes, amigos, compañeros de estudios, hizo sus Votos Perpetuos el día de la Epifanía, preparándose ya para la Consagración definitiva, el día de su Pascua, el 19 de febrero, fecha en que la presencia protectora de Vicenta María la acompañó para siempre.
María Eugenia Goñi.RMI