Desde que la Congregación ha iniciado el año de la santidad y nos ofrece la oportunidad de dar a conocer algunas vidas santas de nuestras hermanas, siento el deseo de escribir algo sobre nuestra querida Madre Ma.Cruz Gil Marquina, pero el temor de no ser capaz de poner en blanco y negro la riqueza de su ser religiosa que tanto ha dejado en mi vida, me está creando casi la imposibilidad de hacerlo.
Algunas cosas las sé por testigos fidedignos y otras por observación directa personal. En cuanto al primer conocimiento, he llegado a saber algo de su labor abnegada y entregada con las jóvenes residentes de Barcelona, de su cercanía a las necesidades y problemas de cada una, de su creatividad en buscar medios para hacerlas felices y de su interés por sembrar en sus corazones la certeza de ser hijas de Dios, ayudándoles a ser fieles al plan que Él había trazado para cada una.
He conocido y tratado a la Madre Ma. Cruz solamente en los años en que estuvo al frente de la Congregación. Tengo noticia de que nació en Burgos, y que tuvo dos hermanas, una de ellas, Ma. Carmen Gil Marquina perteneció también a la Congregación. La M. Ma. Cruz hizo el noviciado en Logroño.
Son muchos los ejemplos y recuerdos que atesoro en mi corazón y no me es fácil expresarlos
Su vida de oración, ese recordarla tantas horas en el coro en comunicación con el Señor, sus prolongadas “horas Santas”·, su modo de elevar los brazos ante el Señor, como otro Moisés, alabando, dando gracias o intercediendo, la llevaron sin duda ninguna a una profunda intimidad con Dios y como fruto surgió esa paz que irradiaba y cautivaba, esa confianza y certeza en el Señor de su vida, el valor que mostró para afrontar las dificultades e incomprensiones, el abandono total en las manos del Señor que expresaba en aquella frase paulina “Sé de quién me he fiado…” (2 Tim 1,12) o en aquella de Vicenta María “Dios conmigo y temeré?”
Recuerdo asimismo con admiración su sencillez, su prudencia y su sentido de justicia, su ser siempre verdadera, su saber decirte o hacerte caer en la cuenta de errores, pero siempre con una bondad y sinceridad que no hería, al contrario, trasmitía siempre paz y daba seguridad porque en ella no había doblez y buscaba siempre el bien de todas. En su vida de comunidad manifestaba alegría, apertura y jovialidad; gozaba con el gozo de todas y ofrecía sus cualidades y su creatividad para hacer muy amenos y agradables los encuentros comunitarios.
Algo muy notable en ella era su gran amor a la Congregación y a Santa Vicenta María, su fidelidad al Carisma que sabía vivir y contagiar; podríamos decir que era como la encarnación del Carisma Congregacional.
Todo esto creo que fue la tierra fértil donde maduró la entrega de M.M. Cruz en lo que considero lo más hermoso y fecundo de su vida: el servicio de gobierno como general de la Congregación.
He dicho antes que he conocido y tratado a la M. M. Cruz en el tiempo de su gobierno como General…No quiero detenerme a expresar lo que siento y pienso de sus actuaciones concretas. Sin embargo no quiero cerrar estas líneas sin decir algo “de lo que he visto y oído” acerca de su “ejemplaridad carismática” en su modo de proceder en el gobierno.
La” vi” encarnar el “aprendió sufriendo a obedecer”, imagen viva de Jesús en Getsemaní, cuando aceptó el servicio, como Jesús la cruz, sabiendo que la esperaban momentos difíciles.
La vi encarnar la obediencia a la Voluntad de Dios cumpliendo en total fidelidad las orientaciones y deseos del Capitulo General, tarea que afrontó con paz, con abandono en la providencia y con alegre esperanza.
La vi acoger iniciativas de las que incluso no vislumbraba éxitos positivos, para salir al paso de las exigencias apostólicas que algunas hermanas manifestaban, conjugando la exigencia con la misericordia.
Fui testigo y receptora de su “fina caridad”, como mujer de reconciliación en situaciones marcadas por la tensión que la Iglesia y las Congregaciones religiosas vivíamos en el post concilio, actitud que mantuvo como tónica de su vida. En su corazón no cabía más que el perdón y el deseo de no dañar a nadie
Me llamaba la atención la alegría que sabia alimentar aún cuando se vivían momentos duros y difíciles.
Esto es algo de lo que “he visto y oído” y que creo expresa lo que Dios puede realizar en alguien que se ofrece y se abre totalmente y humildemente a su gracia…
A Él doy gracias por la vida de M. Ma.Cruz y pido por su intercesión para todas, la gracia de vivir e irradiar la paz y el gozo en el Señor fruto de una vida de entrega sin reservas a Jesús como la que ella vivió.
Ma. Rosa de Sus, rmi