Hna. Maria Delia Marello Prosepi. RMI

«SOLAMENTE QUEDOSE DORMIDA…»

Las zapatillas de baile habían quedado guardadas desde hacía un tiempo. Tu forma de vestir iba cambiando. La música que interpretabas al piano tenía un contenido diferente. Cantabas con una alegría especial. Desde hacía un tiempo estabas más reflexiva, sin perder tu dinamismo contagiante. Desde que conociste a esas «monjas» que te pedían ayuda para las funciones de los domingos o fiestas de su Colegio algo te estaba pasando. Seguías ayudando a tu padre en la administración de su imprenta, pero las preocupaciones iban sumándose en tu corazón.

No querías hacer sufrir a nadie y menos a tu familia, a la que tanto querías, pero era Cristo quien te reclamaba la totalidad de tu vida, de tus ilusiones, la donación de tu encanto. Su amor te llenaba y te exigía la entrega. ¡Cuánto te acompañó y ayudó la atención que te brindó Hna. María Sara Cabrerizo! Por otro lado, las Religiosas no terminaban de decirte «sí» para ingresar.

Llegó el 28 de julio de 1934. Con dolor y gozo eras postulante. Rechazaste volver a tu casa; preferiste caminar con Jesús y María en la formación, el trabajo, la abnegación, con esa alegría que caracterizó todo lo que emprendías. Te sentías muy querida de Dios. El era tu fuerza y tu energía, así lo comunicabas.

Te conocí cuando tenías veintiocho años; eras «medalla“. Yo tenía seis y en mis recuerdos resalta el cómo te querían tus Hermanas, cómo te seguían las chicas, escuchaba sus comentarios e intuía cómo el BIEN que tu vida les brindaba influía sobre ellas. Dejé de verte cuando recién habías hecho los Votos Perpetuos.

En 1954 quise conocer más a fondo la Congregación de mis recuerdos y te pedí ayuda para ello. Me di cuenta al tratarte unos meses, lo que era para una hija de Santa Vicenta María la acogida, la delicadeza en el trato, la ternura, el verdadero cariño a la joven para hacerla crecer desde dentro de sí misma unida a Dios y al amor de la Virgen que incansablemente infundías. Admiré también tus triquiñuelas para atraer la conciencia de las empleadoras y mejorar las condiciones de trabajo de sus empleadas.

Qué maravilloso el caudal de creatividad que Dios había puesto en tu corazón para hacer alegre la piedad y animarnos a Ia práctica de las obras de misericordia. Todavía eran años de esplendor de la Congregación Mariana y del Apostolado de la Oración. Cómo sabías hacerte ayudar por tus Hermanas y las chicas en todo lo que estabas embarcada, desde la visita a las casas para las colocaciones, las celebraciones religiosas, las fiestas, el Boletín de Mi Colegio: hasta tu padre, tan disgustado antes, era ahora tu primer colaborador para todo lo tipográfico…

Ese año viajaste a España por primera vez; colaboraste en el Noviciado de Ciudad Real y regresaste para hacerte cargo de la Casa de Córdoba (Argentina). Meses después te destinaban como formadora al Noviciado de Haedo, que regresó del Perú después del destierro sufrido por situaciones de desorden interno en el país.

Dios quiso fueras mi Maestra. Recuerdo tus explicaciones que, con sencillez, practicidad y delicadeza nos daban criterios de Evangelio para nuestra vida y entrega. Eras clara; sentíamos que nos dabas algo que no eran simples palabras. Era lo que llevabas dentro hasta el tuétano de los huesos: Cristo, María, tu Congregación, Vicenta María, tus Superiores, tus Hermanas, las chicas, … ¡LA REDENCION!

Cuando nos corregías sabíamos que sufrías; cuando nos enfermábamos, seguro que te disgustabas. Nuestras delicias eran los recreos contigo. Nos contabas al vivo cosas de la Casa Madre, Ciudad Real y así las Hermanas distantes se convertían en personas conocidas. Sin películas o videos Io lejano se nos hizo entrañable, más que aprendido. Tocabas la guitarra, cantabas, contabas chistes, animabas nuestra donación, haciéndonos la vida feliz, aunque eras incansablemente exigente y gratificante a la vez.

Cuando tu bedela fue destinada a Bogotá como Maestra del Noviciado, no te hiciste esperar para presentarle el problema a nuestra Madre María de la Redención Navas: «Hna. María Luisa Fernández Puente sufre del corazón, es un riesgo grave mandarla a esa altura». Nuestra Madre, con su peculiar determinación solucionó de inmediato el asunto: “Entonces Hna. Delia Ud. puede ir en su lugar»… y fuiste. Fueron diez años entre Bogotá y Medellín; diez años de trabajo y lucha en un ambiente que te costó conocer pero que al fin quisiste con todas las fuerzas de tu ser.

El retorno a Buenos Aires fue por los años 70 para ser Superiora de esta Comunidad y al terminar el trienio, te sorprenden con el cargo de Provincial de “San José», nombre de las actuales Provincias Hispano Sudamericana y Andina entonces unidas. Eras inquieta, andariega, decías que no sabías sufrir porque no tolerabas un pinchazo de aguja, pero eras responsable al máximo en tu misión. Te entregaste al nuevo trabajo, sufriste y amaste como sabías hacerlo cuando te dabas toda a todos. Dios te regaló dos fundaciones durante ese tiempo y una tercera que quedó pendiente. Las fundaciones fueron Cuzco, en Perú, con la colaboración de Hna. Begoña Ariza y Caracas, en Venezuela. A esta última te llevó la preocupación por las chicas indocumentadas del Perú y Colombia que, en la época del boom del petróleo, se lanzaban en esa corriente migratoria sin precedentes en este Continente por su riesgo. Resistencia, en Argentina, prácticamente quedó formalizada.

Haedo volvió a ser tu Casa en 1980, para alegría de todos los que te conocían tanto de antes. Esa cuasi-parroquia que es nuestra Capilla recibió la animación del órgano electrónico que instalaste con tanta ilusión; sobre todo te volcaste en incrementar la devoción a Nuestra Santa Madre.

Allí comenzó a manifestarse tu pérdida de oído y se recrudeció el problema de tus cervicales. Cuando regresaste a la Comunidad de Buenos Aires los estudios médicos manifestaron que tu cerebro estaba sufriendo y tú lo explicabas muy simplemente: «El médico me dice que tengo el cerebro gastado…»

De vez en cuando tocabas el órgano, diste alguna charla a las prenovicias sobre Santa Vicenta María, y te ocupabas de lleno en su Secretariado. Hasta te oíamos ejecutar al piano, en algún día de fiesta, «mantelito blanco…»

Tu mal avanzaba. Poco a poco perdiste la memoria y lentamente te fue invadiendo el miedo a la soledad; la inseguridad se manifestaba en tu rostro como angustia. Te ibas dando cuenta del «despojo» que sentías en tu ser. Hasta te apareció un cáncer de mama, que se detuvo con medicamentos.

Pero siempre eras Delia, elegante y cuidadosa de tu presentación, las Hermanas mayores te ayudaban con el rezo del Rosario y les respondías incansablemente el Ave María o hacías la lectura,… no vacilabas en recitar ordenadamente las letanías sin equivocarte, y siempre, siempre, al preguntarte sobre tu vocación, manifestabas tu agradecimiento a Dios por haberte llamado a esta querida Congregación y tu rostro manifestaba ese gozo por un momento.

En febrero, tiempo de Ejercicios Espirituales, descanso y demás para la Comunidad, fuiste a pasar una temporada al Noviciado como si tuvieran que ser las novicias quienes alegraran parte de tus últimos tiempos entre nosotras. Y no menos las chicas, que también compartían su día cuidándote.

No me cansaré de decir cómo eras de agradecida al menor servicio que te hacíamos, con un GRACIAS, con una caricia, con un beso… Rodeada por toda la Comunidad, las novicias, la Maestra y nuestra Provincial que tanto te mimó en esos días, recibiste la Unción de los enfermos… y sabemos que tu agradecimiento manifestó que te habías dado cuenta muy bien de todo, y estabas en PAZ.

Regresaste a Buenos Aires habiendo perdido la posibilidad de caminar. Todavía hiciste unas salidas en el sillón de ruedas por el piso de Comunidad y Residencia para que las jóvenes te vieran, pero ya no les decías con tu característica simpatía compradora: «¿no tienes un caramelito? … ¡son tan buenos para hacer la digestión! «. No querías probar bocado, algo había en tu esófago que te molestaba. Costaba que tragaras el licuado que con tanto cariño te preparaban, hasta rechazabas el agua… No atinábamos a ayudarte más y` sufríamos. El proceso era irreversible; en realidad vivías físicamente porque tu corazón era fuerte, pero estabas más en el Cielo que en la tierra. Te asías a tu Cristo de los votos perpetuos, besabas tu Virgencita… y no podíamos entender lo que tus labios expresaban por momentos. Un estado de coma de varios días… una presencia de Cristo crucificado en tu ser que sufría «el despojo de todas sus vestiduras».

En los días que estuviste en el Noviciado, una tarde proyectaron un video con la película “LAS ZAPATILLAS ROJAS“. Tú estabas en tu sillón de ruedas, en el grupo, y en un momento tu cara manifestó que seguías muy bien la danza de la niña, y dijiste dulcemente: «Va en un ritmo muy rápido, no es así la música…“ Las novicias te miraron y no entendían lo que querías decir. Sin duda las zapatillas te trajeron a la memoria tu primer despojo por Cristo

El 29 de marzo de 1994, al atardecer, terminaba este largo camino comenzado en San Fernando (Buenos Aires) el 28 de diciembre de 1912, con una gran paz, solamente te quedaste dormida… No hubo ningún sufrimiento. Tu rostro reflejó el abrazo supremo, y María te entregó unas zapatillas nuevas para que danzaras de alegría. Tu MISION había sido cumplida.

GRACIAS, DELIA… GRACIAS.

(Texto escrito por Hna.Teresita Martínez, RMI (+27/12/99) con motivo de su fallecimiento 

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