Hna. Mª Florencia Gómez Ugarte

Nació en Liceña de la Oca (Álava) el 10 de octubre de 1913, ingresó en la Congregación en el noviciado de Logroño el 29 de mayo de 1930.Presentación1
Se nos fue sin habernos preparado para la partida. En la madrugada del día 22 de junio de 1995, nuestra querida Hermana marchaba a la Casa del Padre. Irse con el Señor era lo mejor para ella. Nosotras, sin embargo, no podemos llenar su vacío, ni llegamos a asumir la honda pena que nos dejó: por lo inesperado, lo breve, lo rápido que fue todo.
El recuerdo de su vida es como una página evangélica que invita más al silencio que a la palabra. Sin embargo, fue una siembra tan copiosa de virtudes, que no podemos por menos de comentar en forma concisa.
Vivió en humilde obediencia. Este fue el motivo de su visita al Doctor. Y, cuando pensaba que lo que necesitaba era un reconstituyente para recuperar fuerzas, el resultado de las pruebas que le hicieron da como diagnóstico el estado avanzado de su enfermedad, insospechada para todos. Un margen de 5 días acabó con su vida.
¿Qué decir, pues, de nuestra Hna. Florencia, tan querida y recordada por todos? Hermanas, sacerdotes, residentes, profesores, cuantas personas tuvieron alguna relación con ella, tanto en el vecindario, como familiares de Hermanas y residentes, todos expresaron el reconocimiento de su servicialidad y su amabilidad, de su testimonio evangélico hasta en pequeños detalles. Por otra parte, es obligado decir, como ha sido particularmente querida y sentida en las Comunidades de Ponzano y Ríos Rosas. Su bondad de corazón y actitud permanente de humilde servicio, ha dejado una huella imborrable en todas y cada una, durante tantos años de convivencia. A este cariño ella supo corresponder siempre con afecto entrañable.
Su trabajo lo definía ella misma como sencillo y simple: abrir, con sonrisa y amabilidad –a cualquier hora- el portón que da entrada a los coches; hacer múltiples tareas, que carecían de atractivo humano, pero ella realizaba con naturalidad y silencio; cultivar las plantas y cuidar con esmero el jardín, etc., trabajos todos ellos no exentos de sacrificio y renuncia. En cuanto al cuidado del jardín, que le producía sin duda una especial satisfacción, en contacto con la naturaleza, le servía a la vez para impulsar su vida espiritual de unión con Dios, en permanente servicio a los hermanos.
Nuestra Hna. Florencia, supo vivir la importancia del SER en el hacer humilde de una vida entregada a Dios sin condiciones.
No le faltó la prueba del dolor en su vida: varias tragedias familiares, separación de Hermanas y Comunidades, etc. La última temporada sufrió particularmente con la desaparición de su querido jardín, por razón de las obras que se estaban llevando a cabo.

Y, en la espera de verlo reconstruido y embellecido, apareció el verdadero Dueño del mismo, esta vez para hacer el trasplante de su vida, cambiando así la esperanza en plenitud.
Nosotras, al recordarla con gran cariño, experimentamos la paz y el gozo de una vida que supo estar abierta al Espíritu, en permanente respuesta de amor humilde a los Hermanos.

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