Hna. Mª Antonia Sereno Becerra

  • Hermana Antonia Sereno BecerraNació en Broza4s, Cáceres, España. Siendo ella muy pequeña sus padres se trasladaron a Vitoria, tierra buena, que les acogió como a uno más de la familia. Vitoria, ciudad hermana, en la que Antonia creció y vivió hasta su ingreso en el Noviciado de Logroño, en 1962. A su ingreso a la Congregación tomó el nombre de María Antonia.

    Fue Antonia, desde el inicio de su vida religiosa, una hermana sencilla, fervorosa, muy fervorosa, limpia, muy trabajadora, serena, amante de la vida comunitaria y deseosa de transmitir, con su vida y palabras, a las jóvenes, principalmente, y a todos, las enseñanzas de Jesús. Podemos afirmar que era una mujer de alma grande en un cuerpo pequeño. De su buen hacer y celo apostólico nos podrían hablar mejor las comunidades de Oviedo, Palencia, Madrid, Lourdes y Cuba, donde permaneció 23 años, sembrando, en situaciones difíciles, la Palabra Evangélica. Llegó a Cuba en 1985 y trabajó incansablemente en La Habana, Cienfuegos y fue fundadora junto a Hna. María Begoña Montegui de la comunidad de Las Tunas en 1990. Hoy toda esa gente de los pueblos y campos la recuerdan con mucho cariño.

    TESTIMONIOS

    Una “pequeña gigante”

    Muchas veces me pregunto ¿qué tenía H Ma. Antonia, para que el tiempo no borre la imagen que dejó en estas tierras cienfuegueras?

    Creo que la respuesta está en el amor. Los años que viví con la H Ma. Antonia me mostraron su amor por Cuba y por los cubanos, amor que dejó en ¨obras¨, con una intensa vida pastoral, en la catequesis, la formación sacramental, hasta habilitar a las comunidades más pobres de ornamento, manteles, mobiliario, material para la catequesis. Era generosa y no escatimó detalle ni sacrificio para facilitar la evangelización y aliviar en gran medida la vida de la gente.

    Sólo quién ama hace que brote la alegría aun en los problemas que se nos presentan en nuestra realidad, y hace lo que sea posible para cambiarla, tiene la constancia para ponerle la ¨cabeza grande¨, cuando del pueblo se trataba, a un sacerdote, hasta lograr que le celebrara los sacramentos o la misa de navidad en los campos más remotos y entre la gentes más pobres.

    Así era la ¨pequeña gigante¨ qué conocí cuando yo era juniora y que recuerdo simplemente por su amor incondicional a Cuba y a los cubanos.

    Marbelis Carvajal Marrero rmi

    “Ha triunfado el Amor”.

    Escribir sobre alguien, que siendo de menuda estatura pero de espíritu grande, no es cosa fácil, es algo muy serio.

    Conocí de cerca a la Hna. María Antonia, cuando ella, acompañada de la Hna. Begoña, llegó a Las Tunas mi pueblo natal, en el verano de 1990. Era yo, por aquellos días seminarista de Filosofía en el Seminario “San Carlos y San Ambrosio” de la Habana. Era mi tiempo de vacaciones.

    La presencia de las religiosas fue un acontecimiento en la vida de la parroquia y del pueblo. Se vivía un momento muy difícil para nuestro país. Era el momento del mal llamado período especial, (de especial no tenía nada, era de crisis, duro, triste). Sin embargo nada pudo arrancar a la Hna. Antonia, como le llamábamos la expresión de su serenidad y sonrisa.

    Cierro mis ojos y me parece verla en una pequeña bicicleta, diseñada como para ella, con el velo religioso batido por la brisa, recorriendo los rincones de la ciudad, metida de lleno en su apostolado. Qué pudieran decir las calles si le preguntáramos por aquella monjita diminuta e inquieta, tan andariega como la Santa de Ávila.

    Muchas anécdotas pasan por mi mente en estos momentos. Pero hay una que nunca podré olvidar, pues está muy ligada a mi respuesta vocacional y al actual desempeño de mi sacerdocio ministerial.

    “Era también verano, vine a visitar a mi familia y sentí romperse mi corazón al ver que mi casa y mi gente necesitaba de mi presencia, todo se venía abajo, era un tiempo difícil. Las manos de un hombre había que ponerlas sobre la casa. Pasé días pensando en la posibilidad de no regresarme al Seminario al final de las vacaciones. Como cosa de Dios se me ocurrió comentarle a la Hna. Antonia mi situación, (siempre he sentido el apoyo de muchas religiosas en mi vida). La hermana se mostró muy comprensible, fue como una amiga, como una madre. De inmediato me dijo con energía: No hagas eso, quita eso de tu mente, es una tentación. Si vienes a casa a restaurarla al final habrás hecho eso, restaurar una casa. El Señor te quiere para algo más, restaurar corazones” y desaparecieron aquellos pensamientos oscuros que querían apartarme del proyecto de Dios en mi vida.

    Nunca olvidaré ni su sonrisa, ni tampoco sus lágrimas, pues también vi a la Hna. Antonia llorar y sufrir incomprensiones, y todo por ser fiel a Dios y a su conciencia de alma entregada a los demás. Era de fina piedad y oración profunda. Transparentaba en sus palabras y consejos la frescura y la ternura de quien recibe Unción del Espíritu.

    Qué feliz ella el día de mi ordenación y de mi primera misa, en los días de marzo de 1995. Quedan muy vivos esos recuerdos en mí. También sus andanzas por otras comunidades como Manatí, Puerto de Manatí, Dumañuecos y Bartle. En algunos de esos recorridos de su abnegada misión le serví de compañía. Trasladándonos a merced de lo que pasara.

    Ya ordenado sacerdote, volví a mi querido terruño después de la visita de San Juan Pablo II en enero de 1998. Ya no estaba ella por allí, pero había quedado su recuerdo imborrable y su coherente testimonio. Qué alegría me daba cuando, a mi paso por aquellos lugares, muchas personas sencillas me mostraban algunas fotos con las chicas a quienes acompañó y evangelizó, o cuando simplemente, con alegría y agradecimiento decían el nombre de María Antonia Sereno, fiel sierva del Señor, religiosa ejemplar en quien, como en Vicenta María… “Ha Triunfado el Amor”.

    Pedro Pablo Ladrón de Guevara Cruz. (Tunero)

    (A todas las Religiosas de María Inmaculada. Con agradecido cariño y oración en el Año de la Vida Consagrada).

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