´´…la más grande es la caridad´´
Escribir sobre la Hna. Aparecida Andrade es intentar personificar las más preciosas virtudes, y por ser tantas las que tenía, es difícil elegir una o dos para hablar de alguien que para mí es modelo de santidad. Una santidad que ella vivió en el día a día, en cosas sencillas, en pequeños gestos y en el trato delicado con las personas.
Cuando la conocí en Brasilia-DF (Brasil), en el año 2002, era la Superiora provincial, y yo una joven de 17 años que no me fijaba mucho en las personas, pero aquella Hermana tenía algo especial, su mirada tierna, y su serenidad eran capaces de silenciar y calmar los corazones más inquietos como el mío y el de tantas chicas de aquella residencia. Cada vez que la Hna. Aparecida visitaba la comunidad de Brasilia, siempre comentábamos entre nosotras, sobre su amabilidad, y cómo a su lado sentíamos paz, amor y esperanza. Era algo que no podíamos explicar, pero con el tiempo comprendí que para mí, ella era la persona más parecida a María.
Pienso que aprendió con la Virgen el don de la maternidad, humildad, acogida, generosidad, escucha, alegría, silencio, servicio y el amor a Jesús en la Eucaristía, en la cruz y en las personas.
Tuve la suerte de ser recibida por ella en la Congregación de las RMI y en mis primeros años de formación me enseñó muchas lecciones, no con muchas palabras, ya que ella no necesitaba discursos para transmitir toda su sabiduría de vida, sino con el ejemplo. Doy gracias a Dios por haber conocido a esta hermana, con tanta capacidad para amar a la Congregación, a las Hermanas y a las jóvenes. Vivió su vida en la entrega generosa y alegre al servicio del Reino, respiraba los rasgos carismáticos y sus actitudes siempre estaban iluminadas por algunos de ellos. En su vida estaba plasmada la caridad como ejemplo de ser discípula de Jesús. Leer el himno de la caridad que escribió San Pablo a los Corintios (1 Cor. 13,1-13) o leer la segunda carta circular que escribió Vicenta María donde señala esa preciosa virtud, es hacer memoria de lo que siempre pedía Hna. Aparecida en la Provincia Brasileña. Leer estos textos para mí, es como estarla contemplando en su manera delicada de tratar a las hermanas y jóvenes, o recordar una tarde que empezó la visita canónica en el prenoviciado y nos hablaba del gran deseo de Santa Vicenta María de que nos señalásemos de manera especial en la caridad fraterna, ´´que ata, conserva y da vida a todas…´´ (Col. 3,14)
Esta gran mujer fue sorprendida por el cáncer en el año 2005, y desde entonces empezó a luchar por su salud, una vez más demostraba que su vida estaba en las manos del Señor y que confiaba enteramente en Él. Con todo el sufrimiento y el dolor propio de la enfermedad, tenía en su rostro la serenidad, la mirada tierna y la sonrisa que saltaba de su corazón, siempre muy agradecida a la Congregación y a las Hermanas que con tanto cariño la cuidaban. Nuevamente tuve la suerte de pasar dos meses en su comunidad antes de profesar mis primeros votos, pude compartir y estar cerca de una persona tan edificante.
Realmente fue algo que marcó mi camino con el Señor, estoy eternamente agradecida por su cercanía, paciencia, generosidad, escucha, silencio, sus oraciones y consejos. Estoy segura de que en medio de su enfermedad, ella sentía lo mismo que el padre Pedro Arrupe sj. en su renuncia al gobierno general de la compañía de Jesús, al decir: ´´Desde joven he deseado sentirme en las manos de Dios y esto es lo único que sigo queriendo ahora, pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Señor´´. La Hna. Aparecida sabía que Dios tenía la iniciativa en su vida y por eso estaba en paz, hasta que el propio Señor que sembró la vida en ella, la llevó para gozar la felicidad eterna, el día 11 de marzo de 2010. La noticia me llenó tristeza al recibirla justo el día de mi cumpleaños, pero luego mi tristeza se convirtió en acción de gracias pues se marchó a la casa del Padre y desde allí intercede junto a Él por mí y por toda la congregación.
Juciara Meneses da Silva-RMI