A un pequeño pueblo navarro cercano a Legaria, llamado Abaicin, de poquitos habitantes, 103, llegaba el 4 de noviembre de 1900, a llenar de alegría la familia de León y Manuela, una niña a quien llamarían Amadora.
La familia de una fe muy arraigada, sencilla y trabajadora, eligió para ella el mejor nombre, porque su vida toda la dedicó a amar, primero a su Dios y como consecuencia a todas las personas que trató, especialmente a las hermanas y chicas, pero sobre todo a sus queridas enfermas, cuidándolas siempre con cariño y solicitud, mientras sus fuerzas se lo permitieron; con esa serenidad y expresión dulce, que la caracterizaba, en contraste con la primera impresión que daba, de seca y un tanto rigurosa.
El Señor la llamó a nuestra congregación de Religiosas de María Inmaculada y entró en ella a los 18 años, el 12 de octubre de 1919.
Transcurrido el tiempo de noviciado, en 1922, fue destinada a Granada donde prácticamente pasó su vida, haciendo solo un paréntesis e 6 años, de 1933 al 1939, que estuvo en Almería.
En este periodo fue la guerra civil en España, y ella junto con otras hermanas, fueron encarceladas durante 8 meses.
Hna Reyes Barrasa, una del grupo, admirada de la valentía de Hna Amadora contaba: “… mientras yo muerta de miedo no me atrevía a abrir la boca ante los soldados (milicianos) ella no soportaba oírles hablar mal de los obispos, sacerdotes, religiosos… etc. y valientemente les defendía, sin importarle el riesgo que corría… los milicianos sospechaban que pudiera ser una religiosa y le preguntaron ¿usted es monja? Sin dudarlo, abiertamente les contestó: “Si lo soy y muy feliz de serlo por la gracia de Dios…” admirados comentaron entre ellos: “… y lo dice tan tranquila… sin miedo…” Temple navarro el de la hermana cuando era tan fácil ir a la muerte dada la cruel persecución religiosa en aquellos momentos.
Hna amadora tenía una espiritualidad sencilla, poco complicada, pero con un profundo sentido de Dios que la llevaba a cumplir su voluntad en todo aquello que la obediencia le pedía, entregándose con gran interés en hacerlo con detalle y prontitud.
Deseaba pasar desapercibida y lo intentaba, sin ruido, en un servicio constante a los demás, con el que transparentaba su amor a cada persona.
Su humildad, su espíritu de sacrificio, su oración, su entrega…todo manaba de la misma fuente…Dios, su amor a El, y ello mantenía su semblante de dulzura y paz, siendo estímulo en l comunidad.
Muchos años su trabajo lo realizó en el internado, quería a las jóvenes con toda el alma y se lo demostraba con su delicada paciencia y a la vez con cierta exigencia, al enseñarlas para prepararlas profesionalmente. Contaban las chicas que cuando no planchaban bien una prenda se la devolvía diciéndoles “muy bajito” “esto puede estar mejor hecho, hágalo de nuevo.” La hermana era muy callada, pero sabía también hacer oir su voz de forma que no tenía réplica.
El mayor tiempo de su vida lo vivió como enfermera, atendiendo siempre, con gran abnegación y cariño, en todo lo que necesitaban las enfermas, con paciencia y detalles constantes, propios de una caridad exquisita.
Al final de su vida fue perdiendo facultades, y los dos últimos años lo pasó en cama paralítica y llagada y sin poder hablar. Sufría mucho. Según el médico debía tener dolores horribles, que solo manifestaba, en las lagrimillas que le salían al hacerles las curas.
Cuando la enfermera le sugería que ofreciera todo por las chicas y la congregación, de alguna manera asentía que era así.
Pasaba largos ratos con la mirada en el Cristo y en el cuadro de la Virgen, que fueron siempre los modelos de su vida, la fuente de su silencio y de su entrega a los demás.
El 14 de diciembre de 1992, se encontraba con ellos definitivamente en el cielo, a los 92 años, dejando en la comunidad una paz y un dolor serenos…las chicas siempre agradecidas, se hicieron presentes con su cariño y unas flores a darle su último adiós… un vacio y un testimonio grande dejó a todos.
Hna Amadora corrió hasta la meta manteniendo la fe y haciendo vida el Evangelio: “Id y enseñad”…”Amad como yo os he amado”
Una santa más, que seguirá sosteniendo la congregación en el tiempo y siendo modelo, para todas las que vivimos el mismo carisma.