El Carisma de Santa Vicenta María, como don del Espíritu, está marcado a fuego por la caridad, con múltiples manifestaciones, tan variadas como las personas mismas “tocadas” por el Espíritu de Dios Amor, siempre creativo.
De la existencia humilde del Hijo de Dios e Hijo de María, entregado por amor, a la salvación del mundo, que “pasó haciendo el bien”… hasta morir en la cruz, está impregnada la vida de cada Religiosa de María Inmaculada.
En el Año de la Vida Consagrada, Año de la Santidad también para nuestra Congregación, me parece oportuno recordar a tres hermanas. No tan distantes, contemporáneas nuestra que destacaron, a mi modo de ver, por el brillo de la caridad, como tres focos de luz en el camino de la santidad que estamos llamadas a recorrer, las RMI, como pide nuestra vocación.
El Amor de Dios volcado en estas Hermanas, encarnado en sus vidas sencillas me parece verlo reflejado en ellas: En la cercanía, los gestos y la alegría, de la Madre María Penha en Brasil; en su celo apostólico y, en el amor por las jóvenes más necesitadas y las “afro-brasileiras”, por las que dicen tenía predilección. En la solicitud callada de quien sirve, como la Hermana Ma. Luisa Lana… en la Casa Madre, donde pasó algunos años antes de su muerte, cuidando con gran abnegación y sacrifico a las hermanas enfermas. En el caminar incansable por tierras de Andalucía, la Hermana María Stella Iglesias… buscando recursos para las jóvenes más pobres del Internado, en Granada, o para llevar alguna ayuda a quien la necesitara, o solucionar apuros, entre las antiguas colegialas, sin medir tiempo ni fuerzas.
Tres nombres, tres rostros, tres vidas que siguen hablando de virtudes sólidas, entre las que destaca la caridad, como “ágape”, amor “gratuito”, “universal” porque su fuente estaba en Dios. “Fidelidades consumadas” que embellecen la Vida Consagrada, de la Iglesia, que estimulan y llaman a la esperanza. Hermanas que fueron alcanzadas por el Amor, y vivieron con gran fidelidad, el rasgo carismático de la caridad, como servicio, como “celo apostólico”.
ALGUNOS RECUERDOS
Madre María Penha, nació en Porto Alegre RS Brasil, el 26 de noviembre de 1915., hija de un Pastor luterano y de madre católica. Murió en Brasilia el 15 de Septiembre de 1963. En su corazón y espíritu jovial ardía el amor y celo de Santa Vicenta María.
Con una delicada salud, la Madre Penha era solícita en los detalles de la vida fraterna, como en el trato cercano, amoroso y alegre con las jóvenes de los Internados.
Conocí en Belo Horizonte, a algunas de aquellas chicas, sus predilectas, las de color, que tanto la quisieron y todavía la recordaban con su acordeón, para que se levantaran de la siesta.
Sus actitudes, solamente podían tener su origen en la vida de unión con Dios, como en la relación entrañable con María. Así la consideraba: “Virgen sacratísima” que tanto podéis junto a vuestro Divino Hijo y tanto deseas el bien y la salvación de nuestras almas… En la fiesta de la Virgen de los Dolores Gloriosos de María, se fue a su encuentro.
La Hermana Stella Iglesias, de familia asturiana, piadosa y alegre, pasó casi toda su vida en Andalucía, a partir de su Primera Profesión. Falleció en Granada el 24 de Noviembre de 1982. Ya comenzado el Proceso de Beatificación y Canonización el 27 de Enero de 2008 y clausurado el Proceso Diocesano 27 de Junio del mismo año, esperamos que llegue pronto el momento de su proclamación, como Santa, por la Iglesia de Roma, para la Gloria de Dios, que sin duda ella, tanto buscó desde el silencio.
A partir de su muerte, fueron las colegialas, las primeras en hablar públicamente de sus virtudes, de su vida santa. Incansable en sus correrías por conseguir ayudas para las chicas más pobres, como en el servicio a sus hermanas, lo mismo que para solucionar dificultades, olvidada de si, haciendo el bien como Jesús, a todos. De ella se cuentan algunos comportamientos un tanto, extraordinarias. Pero lo que nos dejó, como su mejor herencia fue su caridad intrépida y discreta, su espíritu apostólico entre las jóvenes, y su “pasión por los pobres” como apunta hermana Purificación Prada en su vida: “Una luz inextinguible”
Hermana Ma. Luisa Lana, nació en Busto de Treviño el 31 de enero de 1938, en España, nos sorprendió con su partida inesperada. Fue durante sus últimos años enfermera de la Casa Madre de la Congregación; allí ofreció sus cuidados esmerados a sus hermanas enfermas y mayores, hasta el momento en el que por ir a la Farmacia, su último servicio, un golpe mortal, fue atropellada el 24 de junio y falleció el 27 de junio, se la llevó a la Casa del Padre.
Todo parecía estar en ella, como a la espera, pues hasta su cuerpo ya lo había donado para investigación. Desde el accidente estuvo dos días en coma, solamente alguna hermana la pudo ver y nadie más de su Casa Madre. Ella que decía tener que morir, tantas veces, para que El viviera… al fin, nos dejó rápidamente. Con palabras de su director espiritual, el P. Matilla sj se fue, pues su vida ya no tenía razón de ser aquí. Parece que el amor de Dios la llenaba de tal modo, que con expresiones sencillas, decía a las hermanas de más confianza, “ya no poder más”.
Su caridad y abnegación nada común, a mi parecer, su virtud no siempre entendida, fue al mismo tiempo causa de gran admiración. Dentro, como fuera de la Congregación, era buscada y visitada para poder escucharla hablar de Dios, sin que ella se prodigase… pues le oí manifestar que lo suyo no importaba sino “El, El, El”… Quienes la trataron de cerca, hablan de que el Señor le regaló experiencias místicas, poco comunes.
Mª Dolores Sueiras rmi