Angela Hernández Orta RMI

Nació en un pueblo llamado San Antonio, en el Estado de San Luis Potosí, el 15 de Febrero de 1958.
Entró al prenoviciado el 7 sept. de 1987.
Inició noviciado el
Diapositiva17 de sept. 1988
Hizo sus votos temporales el 6 de abril de 1991
Profesión perpetua el 4 de junio de 1997.
Fallece el 17 de marzo del año
2004

Conocí a la hermana Angela, en la casa de México DF el día 13 de marzo de 1998, eran mas o menos las 7:45 pm, en la capilla de esa casa. ¿Cómo es que recuerdo esa fecha? Fue el día que llegué a la casa para quedarme a vivir con las hermanas, llegué y me impresionó ver el Cristo y luego oir las pisadas de las hermanas que del coro iban a rezar. Ahí ví por primera vez a la H.Angela, con un sonrisa que nunca voy a olvidar, pues me dejó sumamente impresionada, me sentí acogida, en casa. Recuerdo que me invitó a rezar, ¡qué sabía yo de eso! …Algo le habrá inspirado Dios.

Así con ese gesto sencillo, la empecé a tratar. Ella era una de las encargadas de la cocina. Recuerdo que siempre al volver de la escuela o trabajo nos preguntaba: “¿ya comiste?”. Siempre tenía algo para ofrecer, era su manera de preocuparse de nosotras, de mostrar cariño. Tengo pocos recuerdos de ella pero para mí han sido fundantes no solo en mi vocación sino también en mi vida personal.

Se caracterizó por ser atenta a la necesidad del otro. Cuando alguien llegaba a pedir comida a casa ella siempre le atendía. Solía decir: “Hay que tratarlos bien. Al darles de comer estamos dando de comer a Jesús. Si podemos darles algo no los dejemos ir con las manos vacías.” Personalmente les llevaba la comida, escuchaba un poco sus problemas, les animaba, trataba con dignidad a todos. Esas personales la llamaban H.Angelito, pues así la veían.

Me llamaba la atención su manera de ser alegre siempre, no recuerdo haberla visto enfadada más que sólo una vez. Con su lenguaje sencillo y cercano nos animaba a crecer. ¡Qué bien sabía decir las cosas! Una vez la oí decir : “Si vas a hacer las cosas enojada, mejor no las hagas, las cosas así no salen bien”. Era humilde, la vi un par de veces acercarse a nosotras para disculparse cuando por debilidad tenía un sobresalto. Actitud que me llamaba mucho la atención. Recuerdo que me decía a mí misma: “Mira las hermanas si se equivocan piden perdón”. Su vida discreta, el recuerdo de verla siempre alegre, trabajando en la cocina, cercana a nosotras, es lo que me marcaron. Su carácter fuerte pero a la vez dulce y entrañable me supo hacerla querer y valorar.

Creo que su santidad está ahí en vivir de manera extraordinaria lo ordinario. No era una hermana que todo el mundo viera, pero si una hermana que se hacía notar porque al cocinar ponía todo su empeño, lo poco o mucho que sabía. La última vez que la vi me dijo: “espero verte pronto allá en la misión”. A los pocos meses se fue al cielo. Recuerdo que el día que eso sucedió, vinieron varias personas a pedir comida a casa. Ese día luego de darles la comida, una persona preguntó: “¿Cómo está la madre Angelito?”. La respuesta: “pues, ahora, seguro está con Dios”. Lloraron y luego decían: “bueno ya tenemos otro angel en el cielo”.

Este es mi testimonio, una mujer que de manera sencilla se ganó el corazón de quienes recibieron de ella no sólo ayuda, también acogida, cercanía, consuelo y respeto. Entre estas personas tengo la gracia de estar yo.

Verónica Hernández RMI

En Tlacotepec, su último destino, las personas la recuerdan con mucho cariño. Dicen que era de una caridad muy grande y que siempre estaba procurando  que los demás estuvieran contentos. En especial los Sacerdotes que la conocieron aquí, le agradecen mucho sus desvelos y preocupaciones pues estaba al pendiente de cuando llegaban para preguntarles si ya habían comido, si necesitaban algo y cuando hacía algún postrecito o algo siempre le guardaba una partecita a nuestro sacerdote. Tal vez por esas delicadezas fue que en su sepelio, no pudimos rezar un sólo rosario completo durante el día pues se sucedían misa tras misa al llegar a casa los sacerdotes que la conocieron…Yo estuve presente y fue impresionante para mí ver cómo una hermana tan callada, tan humilde, tan «insignificante» a los ojos humanos fue tan reconocida y por un sólo motivo: el amor que mostraba a las personas que se le acercaban (yo incluida).
El otro día cuando estaba yo con los maestros en la reunión formativa y les platiqué que íbamos a sacar un librito con las vidas de las hermanas y las chicas, de los colaboradores que tenían fama de santidad, inmediatamente me señalaron a Hna. Angela como «una santa».

Martha Centeno RMI

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